Diego de Gardoqui

Comerciante imprescindible y primer embajador

Diego de Gardoqui
«Sé de su amistad hacia América y la amabilidad que ha mostrado a mis compatriotas, le ruego acepte mi agradecido reconocimiento»
Benjamin Franklin a Diego de Gardoqui, 1780

Diego de Gardoqui y Arriquibar fue un hábil comerciante, diplomático y funcionario encargado por el rey de España, Carlos III, para gestionar los envíos de dinero y de suministros a las Trece Colonias rebeldes durante la Revolución Norteamericana. Utilizando principalmente su compañía comercial, Joseph Gardoqui e hijos, con sede en la ciudad de Bilbao, importante puerto en el norte de España, remitió toda clase de aprovisionamientos para el Continental Army. Una vez finalizada la guerra, fue el primer embajador de España ante el Congreso y uno de los dos únicos extranjeros que asistió a la toma de posesión de George Washington como primer presidente de los Estados Unidos, en 1789. Fue uno de esos personajes claves que no aparecen en los cuadros de historia, pero que uno puede imaginarse detrás de la cortina que en el S. XVIII el artista acostumbraba a pintar detrás del retrato del héroe o del político.

Diego María de Gardoqui nació en Bilbao en 1735, el segundo de los ocho hijos de José de Gardoqui y de Simona de Arriquibar. Su padre era un activo hombre de negocios que creó varias empresas y que obtuvo, en 1763, la autorización para importar bacalao de Inglaterra y de Norteamérica. Diego fue enviado a estudiar durante cinco años a Londres, bajo la tutela de George Harley, director de la Compañía de Indias, donde, además de aprender el idioma, se familiarizó con el carácter anglosajón. Completó su formación bajo la dirección de su tío materno, el economista y jurisconsulto Nicolás de Arriquibar, miembro de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, una de las instituciones más prestigiosas de la España de la Ilustración.

A la muerte del padre en 1765, los Gardoqui hijos continuaron incrementando el negocio familiar, alcanzando los primeros puestos en la importación de bacalao salado de Terranova y los puertos del norte de Nueva Inglaterra. Bacalao que intercambiaba por hierro y lanas españoles, principalmente.

Con el paso de los años, la compañía Joseph Gardoqui e hijos pasó por apuros económicos, pero, por suerte para la revolución americana, pudo superar la dura competencia de otras firmas y, sobre todo, del puerto de Santander. Consiguió incrementar las relaciones con comerciantes radicados en la costa Atlántica norteamericana centrando su negocio con los de Salem, Boston y Marblehead. En esta última ciudad, dedicada especialmente al negocio del bacalao, sus principales socios eran las compañías de Elbridge Gerry y de Jeremiah Lee, dos personajes que pronto serían claves para la independencia de la nueva nación.

Tanto Gerry como Lee entraron a formar parte del Congreso Provincial de Massachusetts al inicio de la Revolución. Massachusetts fue, además, el estado encargado de organizar el ejército que debía ponerse a las órdenes de George Washington en julio de 1775. Era un conjunto de tropas que el propio Washington denominó «una multitudinaria mezcla de gente» o, como los ingleses les llamaban, «una muchedumbre armada». La mayor parte sin uniformes, armados con fusiles estropeados y, por añadidura, sin pólvora ni equipamiento para enfrentarse a los soldados profesionales de Gran Bretaña.

A finales de 1774, Jeremiah Lee escribió a Gardoqui solicitando el envío urgente de armamento y pólvora. Gardoqui contestó, en una carta fechada el 15 de febrero de 1775, que enviaba 300 mosquetes con sus bayonetas y 600 pares de pistolas, pero que la pólvora no podía conseguirla si no se le avisaba con mucha antelación, porque «toda se fabrica para el gobierno». Elbridge Gerry solicitaba, en una carta firmada el 5 de julio de ese año, «buenas pistolas» y pólvora, para lo cual enviaba a Gardoqui 1.000 libras en metálico y 650 libras en letras de cambio. En 1776, Gerry informaba de que un barco de su compañía enviado por Gardoqui había partido para América transportando 21,5 toneladas más de pólvora.

En realidad, ni las armas ni la pólvora podían salir del país sin la autorización oficial de la Corona, que controlaba, detalladamente, cada fusil que se construía en las Reales Fábricas de Placencia y cada kilo de fulminante que se fabricaba, por lo que está claro que Gardoqui tuvo que contar con autorización del gobierno de España. Las preciadas mercancías eran cargadas en barcos de sus socios norteamericanos o en los de su propia compañía. Cruzaban un océano plagado de corsarios y buques enemigos, bajo denominaciones secretas, una práctica habitual durante gran parte de la Guerra de Independencia norteamericana, hasta que España declaró oficialmente la guerra a Gran Bretaña en junio de 1779.

«Mis soldados carecen de todo lo necesario para la guerra», escribía Washington al Congreso. Gardoqui continuó remitiendo suministros de forma confidencial. Una vez designado oficialmente para este cometido por el gobierno español, durante los años 1777 y 1778 respondió a las peticiones de Arthur Lee, el representante del Congreso Continental enviado a España para solicitar asistencia militar, con quien mantuvo varias reuniones secretas en Vitoria. Gardoqui le escribía en 1777: «Doy una nueva prueba de adhesión a las Colonias (...) al igual que las personas principales de aquí, aunque la situación actual les obliga a no manifestarse sobre ello». El bilbaíno multiplicó las remesas de fusiles, mantas, botas y telas para uniformes, que aliviaron la desastrosa situación de las tropas de Washington en el invierno de Valley Forge y las siguientes campañas. También remitió a América suministros navales, y a cambio, el Congreso decidió en octubre de 1777 pagarle en especie, mediante remesas de tabaco, alquitrán y betún.

Gardoqui continuó cumpliendo con su misión, que cada vez exigía más trabajo y esfuerzo de administración y le exigía continuos viajes de Bilbao a Madrid. Consiguió el armamento necesario para completar la expedición de 11.000 soldados que partieron de Cádiz hacia La Habana en abril de 1780 y que combatirían a las órdenes de Bernardo de Gálvez en las campañas contra los ingleses en el golfo de México, La Florida y La Luisiana. También mantuvo numerosa correspondencia y varias reuniones con John Jay, el nuevo representante del Congreso ante el gobierno de Madrid, durante los años 1780 y 1781, al que entregó varias remesas de dinero que sumaban más de 265.000 pesos o Spanish Milled Dollars.

Una vez finalizada la guerra, Gardoqui llegó en 1785 a Nueva York como «encargado de Negocios ante el Congreso», es decir, el primer embajador oficial del Reino de España. El 30 de abril de 1789 tuvo el privilegio de ser invitado de honor en la histórica inauguración de George Washington como primer presidente, desfilando tras él junto al embajador de Francia. Durante su estancia en Nueva York, donde residió al inicio de la calle Broadway (cerca de Wall Street) se mostró como un excelente diplomático y caballero, con fama de buen gastrónomo, experto catador de vinos y cortés con las damas.

Mantuvo frecuente contacto con muchos de los Padres Fundadores, como Franklin, Jay, Adams o el mismo George Washington, con quien le unió una amistad especial y a quién escribió: «He sido y seré un verdadero amigo de los Estados Unidos», mientras que este a su vez le comunicaba: «Estoy seguro tanto de su capacidad como político, como de su amistad por estos Estados». En noviembre de 1787, el español le había obsequiado con una bella edición de cuatro volúmenes del Quijote de Cervantes, que se conserva en la George Washington Library en Mount Vernon.

A finales de 1789, Gardoqui finalizó su misión diplomática y partió para Europa, donde el Rey, en muestra de su confianza, le nombró secretario de Hacienda. Un fatigado Gardoqui finalizaría su carrera como embajador en Turín, donde falleció en 1798 a los sesenta y tres años de edad.

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